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REVISTA
Revista Compartiendo (Enero 2016).
“Aligera de cargas tu corazón y deja todo en las manos de Dios”
En nuestra convivencia una de las cosas que más nos cuesta vivir, en todo el sentido de la palabra, es el perdón. Sobre todo cuando los que nos han ofendido son nuestros propios parientes, amigos o personas en quienes llegamos a confiar mucho, que comieron en nuestra mesa y compartieron momentos importantes de nuestra vida.
Cuánto más cerca estamos de la persona que nos hirió, más nos cuesta entender las razones que la llevaron a actuar de ese modo. Nos resulta difícil aceptar el motivo que justifica el error cometido. Queremos comenzar a perdonar pero no podemos.
Muchas veces sucede que nos ilusionamos con alguien, ya sea por su manera de vivir o compartir; pero suele pasar que luego de prometernos el cielo y la tierra, nos dejan directamente en el infierno.
Es muy difícil aceptar que un ser humano pueda alegrarse con el hecho de hacer cosas malas aprovechándose de nuestra pobreza o falta de inteligencia, de nuestra ignorancia, nuestras dificultades o de la realidad que nos ha tocado.
Cuando esto pasa perdonar cuesta mucho. Y más cuando la persona en cuestión nos hace aparecer como culpables de lo acontecido, nos hace pasar vergüenza o nos saca todo lo que poseíamos dejándonos vacíos de sentimientos, vacíos de corazón.
Ante estos hechos, casi en forma natural, nuestro razonamiento nos lleva a generar odio, rechazo, bronca, porque nos sentimos impotentes ante la injusticia cometida contra nosotros.
¿Qué sucede entonces?
Reaccionamos humanamente en defensa de nuestro propio ser, ¡como se pueda!
Algunas veces uno se defiende sensatamente, de manera lógica, pero otras actúa conforme al odio que tiene en su corazón. Esto último es un grave error.
Buscar respuestas o soluciones mediante el odio o la bronca lleva a la destrucción. Nunca el resultado será positivo.
Si releemos el Antiguo Testamento podremos observar como, en aquellos tiempos, antes de la llegada de Jesús, se solucionaban rápidamente las situaciones de conflicto. En algunos países árabes aún hoy continúa sucediendo. Por ejemplo: si alguien es sorprendido robando, la solución es cortarle la mano. El Antiguo Testamento decía: “Ojo por ojo y diente por diente” Si esto hubiese continuado practicándose hasta llegar a nuestros días muchos se encontrarían sin ojos, sin dentaduras, y algunos hasta sin lengua ni orejas. ¿No les parece?
Menos mal que Cristo cambió todo y nos enseñó el poder de la paciencia y la mansedumbre; aunque ante algunos hechos uno vuelve a sentir deseos de reaccionar con violencia.
Cuántas veces hemos escuchamos decir: “Me hizo tanto mal que le arrancaría la cabeza”
El odio confunde tanto a un ser humano que, en algunos casos, lo lleva a tomar justicia por sus propias manos. El odio es difícil de dominar. ¡Cuesta lograr el equilibrio!
Tenemos que aprender que cuando pensamos sólo con la cabeza nuestras decisiones pueden ser brutales o injustas, tanto o más que los errores que ha cometido el otro quien, supuestamente, nos ha llevado hasta esa situación.
Jesús nos aconseja: -“Aprendan a convivir. Quiten el odio, el rencor y la bronca de sus vidas”.
Si bien es cierto que algunos acontecimientos quedan durante mucho tiempo gravados en nuestra memoria por la magnitud del dolor que nos han causado; el que logra superarlos y puede continuar luchando por el amor, la unidad, la humildad y la paz, es aquel que gana la vida. Aunque parezca mentira ¡es así!
El que vive consumido por el rencor castiga su propio corazón.
El que vive con odio muere con odio, sufre muchísimo y condena al fracaso su felicidad Si busca la superación tiene sólo un camino a seguir: “la búsqueda de soluciones en el sendero de la paciencia y el tiempo”.
Nunca decidan nada por impulso. Jesús nos pide que nos controlemos. Las personas impulsivas que responden a esa bronca que nace de un momento de impotencia se auto-condenan.
Es mejor, dice Jesús, tomarnos el tiempo que sea necesario para discernir la realidad del conflicto y arribar luego a una solución pacífica y equilibrada, que hasta puede llegar a convertir o corregir al otro.
Nuestra humildad, nuestro silencio o nuestra oración pueden lograr la conversión del que obró injustamente.
La filosofía de Jesús nos indica lo siguiente: “Si alguien te quita tu manto, dale otro más” “Si te da una bofetada en la mejilla derecha ofrécele también la izquierda”
Difícil ¿No? ¿Somos capaces de actuar de este modo?
Sé que nada de esto se lleva fácilmente a la práctica pero si aprendemos a usar de nuestra paciencia nunca actuaremos descendiendo al nivel del que nos ha agredido, porque comprenderemos que es el otro el que está equivocado.
Si nos dejamos llevar por la ira, si no sabemos dominar nuestros impulsos y sentimientos, podemos llegar a descender a los abismos más profundos, y reaccionar en consecuencia.
La bajeza de una persona que obra mal queda en evidencia frente a los valores que dejamos traslucir en nuestros actos. Si ambos obramos con bajeza jamás el mundo conquistará la paz.
Jesús repitió muchas veces: “Debemos aprender a perdonar a los que nos ofenden”. Y nosotros preguntamos: -¿Cómo?- Pues, utilizando bien del tiempo que se necesita para discernir; pensando en silencio y también en voz alta, aceptando ayuda y reflexionando, paso a paso.
Nunca debemos buscar la venganza sino la conversión del corazón que nos ha herido. Que nuestro pensamiento sea: “Ojalá que este hombre o mujer que me ha defraudado, cambie su corazón y no dañe a nadie más”.
Enseñémosle a no perjudicar a nadie más aunque no podamos recuperar lo que hemos perdido. Piensen mucho. Si algo no pueden solucionarlo en forma personal y a solas, busquen a alguien con quien dialogar serena y sanamente para poder reflexionar en voz alta.
El silencio ilumina pero es muy importante poder expresarnos y ser escuchados. El diálogo siempre ayuda a la reflexión. Pero se necesita buscar a la persona correcta, serena y sensata, que sea incapaz de “echar leña” al fuego de la discordia.
Cuántas veces nos encontramos con personas que se sienten complacidas en multiplicar los “cuentitos” que escuchan en el supermercado o en la peluquería. Estas actitudes sólo conducen al “desastre”.
Si desean encontrar soluciones nunca pierdan el respeto que deben tener unos por otros, porque cuanto más perdemos el tiempo hablando tonterías que no tienen fundamento más lejos estamos de obtener soluciones.
Sólo la paciencia, la tolerancia y la reflexión sincera nos conducen a “buen puerto”.
Conozco una historia que me gustaría contarles:
“Se trata de un padre que tenía dos hijos. El mayor había defraudado al menor y este último se había llenado de odio.
Habiéndose enterado el padre de esta grave situación llamó al hijo menor y diciéndole que lo comprendía y que sabía lo difícil que le resultaba perdonar a su hermano, lo convidó con un vaso de jugo de frutas mientras le pidió que le contara lo sucedido.
Mientras consumían el refrescante líquido el hijo le confesó que sentía deseos de matar a su hermano por lo que había hecho. El padre con mucha calma le contestó: -“Es cierto, tu hermano merece eso pero te pido que te tranquilices y pienses si, en realidad, vale la pena hacerlo”.
La conversación continuó y el padre, llenando nuevamente el vaso de jugo, comenzó a recordar momentos compartidos, con los dos, desde pequeños. Momentos agradables y tiernos. Y le preguntó: -“¿No ves otra solución? Porque, aún habiéndose equivocado, continúa siendo tu hermano”.
El hijo bajando la cabeza le contestó: “En realidad no quiero matarlo pero sí darle una buena paliza para que aprenda”.
En ese momento terminaron de tomar el segundo vaso y, como era un día muy cálido, se sirvieron el tercero.
Mientras buscaban un palo para usar en la golpiza el papá preguntó: “¿Te acordás cuando eran chicos y se peleaban por las bolitas o por los dos pesitos que les daba? Yo siempre estuve en medio tratando que se amigaran y, gracias a Dios, ustedes terminaban abrazados y enojados conmigo”.
“Hijo… ¿es necesario pegarle?; porque tal vez podríamos exigirle que reponga, de a poco, todo lo que te sacó”. El joven guardó silencio.
Cuando el tercer vaso casi llegaba a su fin el padre, tomándolo firmemente del hombro dijo: -“Vamos a poner las cosas en claro y a recuperar lo perdido. ¡Yo te acompaño! Hablaremos con tu hermano”. Y se dirigieron hacia la casa del hermano mayor.
El padre llamó a la puerta y, cuando ambos hermanos se enfrentaron, ninguno de los dos dijo nada, sólo se abrazaron llorando. Uno pidiendo perdón y el otro perdonando”.
Ojalá cuando estemos confusos y desorientados encontremos, como los jóvenes de esta historia, alguien que nos tranquilice, oriente, aconseje y guíe para encontrar el camino.
El tiempo siempre cicatriza las heridas, alivia las penas, quita la bronca, calma, ayuda al discernimiento. Una persona serena busca el camino hacia la reconciliación.
Debemos usar nuestra inteligencia, actuar prudentemente, brindar tiempo al que se equivocó para que enmiende su error; y también al que está ofendido para que reconozca, como la impotencia y las emociones pueden llevarnos a reacciones y conductas inapropiadas.
Si después de haber hecho todo lo posible para acercar a la conversión a quien está equivocado no podemos lograrlo, dice Jesús: “Aligera de cargas tu corazón y deja todo en las manos de Dios”.
Lo que no es posible para los hombres es posible para Dios si nosotros, con fe, dejamos la justicia en la oración y en la misericordia de Nuestro Señor.
Aunque alguna vez sintamos que nos hemos quedado sin nada, si tenemos fe en la Providencia Divina, con seguridad, se abrirá otro camino; tal vez mejor que el anterior.
Esta es la justicia de Dios: “reconciliación y recompensa para aquellos que tienen paciencia y son humildes de corazón”
Muchas veces, como dije antes, nos duele aceptar que aquel que estaba tan cerca, nos haya defraudado, se haya “dado vuelta” totalmente. Es incomprensible humanamente.
Pero dice Jesús: “Ante el dolor y las lágrimas, si no existe solución humana, dejen todo en las manos de Dios porque Él obrará con justicia asegurándoles la paz”. Recuerden: “Bienaventurados los pacientes porque ellos verán a Dios”
La gracia de Nuestro Señor será la riqueza de aquellos hombres y mujeres pacientes y humildes de corazón.
Que aún en medio de la realidad tan difícil, de estos tiempos, que nos toca sobrellevar, en los cuales impera la injusticia, la venganza y el odio, seamos capaces de aprender a transmitir paz y amor para convertir el mundo.
Padre Ignacio Peries

Imagen de la portada.
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