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Revista Compartiendo (Diciembre 2015).
Todos necesitamos algo y todos, también, tenemos la obligación de dar algo

Cada uno de nosotros tenemos la obligación moral y espiritual, ante la sociedad y ante Dios, de vivir una vida digna y feliz. Por lo tanto, tenemos que buscar los recursos más adecuados con los talentos y las gracias que Dios nos dio para desarrollarnos.
Todos somos responsables de nuestra vida; todos somos autores de nuestro propio destino. Y éste será feliz o infeliz según la manera en que nosotros nos desempeñemos, responsable o irresponsablemente, ante las obligaciones y exigencias de la vida.
Pienso que la mejor manera para responder a la propuesta de vivir es trabajar y desarrollar nuestros talentos y, a través de nuestro propio sudor, dignificar nuestra existencia. Dije dignificar; es decir, tenemos que sentirnos capaces y satisfechos de obtener logros en nuestra propia vida haciendo fructificar responsablemente aquello que Dios nos ha regalado desde el instante de nuestra creación.
Cuesta. No es fácil. Porque, en el día a día, precisamos de muchas cosas: materiales, espirituales, sentimentales. Todo, de manera equilibrada, es necesario (y a veces nos faltan) pero si nosotros nos esforzamos en hacer lo mejor de nuestra parte para lograrlas, aunque no obtengamos todo en plenitud, la felicidad está a nuestro alcance.
Muchas veces nos rompemos la cabeza por lograr aquello que es inaccesible y que, tal vez, no es tan urgente, seamos prudentes, no es así como debemos obrar.
En el Padrenuestro, el mismo Cristo nos enseñó a rezar pidiendo por todo lo necesario, lo más importante, lo imprescindible para vivir. Y eso imprescindible, tenemos que alcanzarlo, en primer lugar, con nuestro propio esfuerzo. Si nuestro esfuerzo no alcanza, si no podemos descubrirlo, tenemos que reconocerlo y pedir ayuda y recursos de quienes los posean.
En la vida hay cosas que, a veces, no podemos lograr por nuestros propios esfuerzos; por eso el Señor mismo nos invita a no dejar al hombre solo. Ya que fuimos creados para convivir y compartir la vida, en medio del mundo. Pero, para convivir, necesitamos las manos de unos y otros, porque cada uno de nosotros tiene diferentes talentos, diferentes capacidades para buscar respuestas de la vida.
Por ejemplo: Yo puedo tener mucha capacidad para descubrir la manera de acercarme a la riqueza, pero si necesito construir una casa voy a necesitar de albañiles, arquitectos, ingenieros, plomeros, electricistas, etc.; diferentes personas que me ayuden en el logro de mis objetivos. Esa ayuda respetuosa y compartida, también define la vida.
Pero ¡ojo!, no debemos abusar, bajo ningún concepto, de ninguna manera, de los recursos con los cuales contamos para sostenernos. A veces nos pasa ¿no?
Uno dice: -“Tengo que trabajar, trabajar y trabajar”- y se fastidia y se revela. Entonces, termina no disfrutando de nada, ni de su familia, ni de sus hijos, ni de su comida. Uno se hace esclavo del trabajo y… ¿disfruta la vida?
En estos casos uno está llegando a uno de los extremos, está desgastando sus recursos. Aquí debe detenerse y reconocer que la vida no se limita a ganar plata, existe también la responsabilidad de desarrollarla, disfrutarla y admirarla en su plenitud. Por nuestro propio bien y el bien de los que nos rodean.
Por otra parte, existen personas que dicen: -“Yo no hago nada. Los demás tienen obligación de mantenerme”-. Sucede frecuentemente, cuando llega el momento de compartir aparece la frase: -“Ellos tienen que ayudarnos a nosotros, no nosotros a ellos”.
No se equivoquen; los demás no tienen obligación material de mantener nuestra vida. Si somos dependientes de los demás estamos errando el camino.
Hay gente que está acostumbrada a pedir, pedir y pedir, pensando que los demás tienen obligación moral y espiritual para mantener su vida. No se confundan.
Justamente, ¡cómo son las cosas! , algunos pierden la felicidad y la dignidad por el simple hecho de que están acostumbrados a pedir y pedir. Y, cuando se dan cuenta, tienen deudas de acá y de allá, préstamos, compromisos, viven todos los días gracias a los demás, su vida se desarrolla porque los demás trabajan para mantenerlo. Estas personas ¿se sienten dignas? Cuando se den cuenta, al desubicar sus valores, al pedir los recursos de los demás, perdieron su propio valor como personas, porque los demás ya los consideran como mendicantes. Se convierten en un peso más para la sociedad. Su manera de abusar de la generosidad de otros los va dejando totalmente abandonados.
Podemos pedir, como dije muchas veces, pero tenemos que ser prudentes, y si lo hacemos, también tenemos que estar disponibles para dar.
También puede suceder que algunos se sientan omnipotentes, autosuficientes, orgullosos, vanidosos, y piensen que no necesitan ayuda de nadie. No se olviden, la vida humana está compuesta así, todos necesitamos algo y todos también tenemos la obligación de dar algo. Entonces, no pensemos que somos autosuficientes; tampoco sintamos que la vergüenza o la excesiva humildad no nos permiten pedir lo necesario. Ábranse, aprendan a solicitar lo correcto, pero nunca obren como aquellos que abusan de esto, sólo háganlo cuando es realmente necesario por trabajo, por una enfermedad… Tienen que aprender a pedir. Muchísimas personas, al no saber hacerlo, se pasan para el otro lado y pierden valores.
Así es el ser humano. Cuando pide exageradamente pierde. Cuando no sabe hacerlo y se queda calladito, vergonzoso, también pierde. Lo importante es lograr un equilibrio entre pedir y compartir, porque si uno maneja bien sus recursos y los medios que busca para mantenerse ¡sin perder la dignidad!, comienza a forjarse una vida feliz y en paz.
Por todo esto pidamos a Dios que nos ilumine y nos guíe para comprender que somos responsables de nuestra vida y nos ayude a tomar esta responsabilidad conscientemente.
Esta conciencia nos hará sentir que somos dignos porque no somos mendigos, no estamos desamparados; somos hombres y mujeres que tienen la capacidad de sentir y definir cómo vivirán su vida en relación a los demás y a su propio bienestar interior.
Todos los seres humanos pueden lograr este equilibrio y esto se traducirá en una forma de vida más calma, más sana y más feliz.
Pero si alguien sigue pensando que los demás tienen que mantenerlo, que tienen obligación social y moral de hacerlo, no sé hasta qué punto puede sentirse digno. Porque no ha asumido la responsabilidad que corresponde para con su propia vida.
Está bien pedir (Cáritas-Farmacia) si se tiene absoluta necesidad pero, siempre y cuando, uno sienta y sepa realmente, que ha cumplido con los deberes hacia la exigencia de la vida
Seguramente, si no tenemos, tendremos que pedir ayuda, pero no lo haremos sin poner nuestra parte, nuestra responsabilidad.
Es inútil hacer sentir responsables a otros y exigir de los demás porque esto algún día se termina pero, si uno se ocupa y se exige, todo en todo, los demás lo reconocerán y te recompensarán por sí solos, sin que lo pidas.
Muchas veces, para encontrar recursos, unos trabajan y ganan la vida. Otros, trabajan, ganan y también, si le falta algo, piden algún recurso de los demás. Pero, en ocasiones no hace falta pedir, ¡nada!, sólo basta con vivir una vida amable y, sólo por esa manera de convivir y compartir, con respeto y honestidad, la vida compensa.
Por eso, según la manera en que respondas a la vida y a la convivencia, mucho antes de pedir, los demás te darán todo lo necesario.
Conozco gente humilde, sencilla, que nunca pide nada, pero siempre recibe ¿por qué? La humildad, la sencillez de corazón, la lucha de cada día, a través de su testimonio de vida, conmueve el corazón de los que los rodean y hace sentir, en estos últimos, la obligación moral y espiritual, de dar y compartir todos los recursos necesarios para asegurar su bienestar.
Así que, fíjense cómo es la vida; según como vivimos nos recompensa o no, según cómo aprovechamos o desaprovechamos nuestros recursos y talentos se da cuenta si somos capaces de disfrutarla o de arruinarla.
En este mes, en donde nos disponemos a hacer el balance de un año vivido, pidamos la gracia de aprender a manejar bien todo lo que Dios puso a nuestro alcance y, con esos medios, sentirnos responsablemente felices de haber aprendido a dignificar nuestra existencia y a cuidar a nuestros hermanos.
Ojalá lo logremos.
¡Feliz Navidad! Que Dios hecho Hombre te acerque la paz.
Revista Compartiendo
Imagen de la portada.

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