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Revista Compartiendo (Mayo 2013).
Estamos llamados a construir la paz

Hace pocos días, precisamente el 2do domingo de pascua, celebramos la fiesta de Jesús Misericordioso. Misericordia que nos regala paz y esperanza. Ese Jesús que entregó su vida para perdonar nuestros errores, que murió en la cruz para mostrarnos el gran amor que tiene sobre cada uno de nosotros, ha resucitado y nos dice: “La paz esté con ustedes”. Ojalá que cada uno aprenda a vivir y anunciar la paz.

No sé si recuerdan que cuando Jesús nació en Belén se decía: "Paz a los hombres de buena voluntad". Esta expresión limitaba el alcance de la paz. En cambio, luego de su resurrección, Jesús saluda de otra forma: "Les doy mi paz", una paz que viene de Dios para que ustedes también vayan a anunciar, vivir y compartir esta paz. "Como el padre me envío a mí Yo también los envío a ustedes"

Esta paz no es algo que podamos lograr con la fuerza humana; como decía san Agustín, es una paz que llega cuando uno puede confiar en la misericordia y el amor que Dios nos tiene. Esta fe, que se aferra y confía en la misericordia de Dios, nos da una enorme tranquilidad interior. San Agustín también dice que esta paz no se puede alcanzar si no hay orden y coherencia entre vida, palabra, testimonio y realidad.

Podemos tener confianza en Dios, tener fe es muy importante, pero también lo es, de alguna forma: reordenar, reorganizar los pensamientos, sentimientos y valores de nuestra vida y nuestra convivencia.

Aunque, en el trabajo y en la familia, convivimos con muchas personas, cada uno con su identidad y sus propios problemas, si existe coordinación, coherencia y unidad de criterios, la paz llega.

Jesús se integró a nuestra condición humana para demostrar cómo la paz de Dios debe llegar a nuestro corazón. En ese sentido nos aclara que no podemos dar paz a los otros si no la tenemos en nuestro interior. Entonces, antes de transformarse en una paz social o comunitaria; Jesús nos dice: “La paz debe reinar en tu corazón”. No se puede compartir lo que no se posee.

Cuando algunas personas hablan mal de otros, cuando transmiten venganza y división es porque no tienen paz interior. Uno los escucha y se da cuenta porque la verdadera paz tiene una serenidad que se percibe en cada gesto.

Cuando logramos la paz que Jesús nos ofrece; esta paz de Dios supera toda condición humana. Es decir, hasta nuestro dolor y nuestros sufrimientos se transforman. ¿Qué quiero decir con esto? Uno puede estar enfermo, lleno de opiniones y criterios de médicos; puede estar sin trabajo, muriendo de soledad y otras tantas realidades pero, si tiene paz interior, ¡increíble! supera todos los condicionamientos humanos.

Muchas veces, a las personas que sufren de cáncer se le dice que tienen pocas posibilidades pero cuando logran esta paz de Dios se llenan de alegría, esperanza y luchan todos los días; superan todos los dolores, sufrimientos y condiciones del género humano porque esa paz que viene de adentro los impulsa a decir: “No tengo miedo sino serenidad para luchar por la vida”.

El valor de la paz es incalculable, a veces no la valoramos. La misión de Jesús fue dárnosla y nuestra misión es vivir y compartirla. ¿Cómo lo logramos? Con fe, con esperanza y con esa alegría que viene de Dios. La fe tiene que mover nuestro corazón, tiene que ayudar a convertirlo, si no produce este efecto, la religión o creer solo por creer no sirve para nada. Si queremos que sirva tiene que movilizarnos interiormente hasta sentir la Gracia de Dios sobre nosotros y ese impulso que nos lleva a compartirla.

Jesús nos dejó muchas enseñanzas para que alcancemos la paz. Recordemos las bienaventuranzas; en ellas nos pide que seamos pacientes, humildes y sencillos de corazón. Hasta que nosotros no pongamos en práctica todo lo que Jesús nos transmite al darnos la paz, ésta no pude reinar en nuestro corazón. Incluso podemos llegar a sentir que no tiene sentido. Como le sucedió a aquel dueño de una fábrica de jabones:

Un buen día caminando junto a un anciano sabio comenzaron a hablar de religión. El fabricante preguntó: “Maestro, la religión, ¿para que sirve? Hace miles de años que predican hermosos sermones, narran innumerables testimonios pero, a pesar de hacer esto durante siglos, hay gente que sufre, que no tiene paz, que no tiene fe, gente que vive en la injusticia, mentirosos, malhechores. A pesar de escuchar la palabra de Dios, de leer la doctrina de la iglesia, ¡cuánto sufrimiento y dolor existen en el mundo! ¿Para que sirve la religión? ¿Para lograr algún sentimiento, algo importante en la vida?

El sabio no responde y siguen caminando en silencio. De pronto encuentran a una criatura llena de barro, sucia, saturada de mugre, entonces el maestro se detiene y dice: “Mirá esta criatura ¡qué sucia está, cuánto olor que despide!, la verdad, me pregunto: ¿para que sirve fabricar tantos jabones? ¿No es el jabón el que tiene la propiedad de dejar todo limpio? Evidentemente no sirve para nada ya que, a pesar de haberlos fabricado durante miles de años, esta criatura está totalmente sucia, como muchos otros que he visto. ¡Qué lástima que los sigan fabricando!”

Sonriente el fabricante le contesta: “Me extraña maestro. El jabón puede tenerlo usted en el bolsillo, en su casa, en su negocio, en una hermosa estantería pero… hasta que el ser humano no lo usa… no sirve para nada”.

“Lo mismo pasa con la fe y la religión”- contestó el sabio. “Podemos tener una Biblia en casa, ir a la iglesia pero, al igual que con el jabón, si no nos bañamos, si no lo usamos, no quedaremos limpios”

Dios no impone nada, no nos quita la libertad de elegir, la misericordia va más allá de lo que merecemos, por eso Dios solo nos invita a vivir la fe, a aprovechar la esencia de la resurrección para que podamos encontrarnos con él y recibir su paz. Si luego de recibida la usamos, ponemos en práctica todas sus enseñanzas y cambiamos, nos sucede igual que con el jabón: luego de un buen baño quedamos renovados, limpios, tranquilos y tenemos ganas de disfrutar de la vida. Si no aprendemos a usar nuestra fe, a buscar nuestra paz interior, no vamos a ayudar a la conversión del mundo. Cada uno de nosotros tiene la libertad de elegir bañarnos y quedar limpios o vivir en medio de la mugre.

La fe hace lo mismo que el jabón con nosotros: la vida puede sentirse limpia y agradable o sucia y maloliente. Si crecemos en nuestra fe y recibimos la gracia y confiamos en la misericordia infinita de Dios, cada uno aportará una gotita de esperanza para construir un mundo mejor cada día y paso a paso. De esta forma podremos anunciar, vivir y compartir nuestra fe con los que nos rodean y, muy especialmente, llevar a otros la paz de Dios.

Un deseo grande de Jesús Misericordioso es que seamos instrumentos de paz para el mundo, que llevemos la paz que Jesús nos trajo, que amemos y comprendamos defectos y virtudes de manera tal que, en un tiempo no muy lejano, podamos encontrarnos con una humanidad diferente.

Todos estamos llamados a construir la paz. Sólo así podremos vivir mejor.

Nadie nació con una religión determinada, nadie nació porque quiso en una raza específica, son casualidades; yo nací en Sri Lanka, ustedes en Argentina, ustedes hablan español, yo inglés, pero nunca olvidemos que Jesús murió por la humanidad toda. Debajo de mi ropa y la tuya hay un ser humano sin importar razas ni color ni tendencias. No es cuestión de amar solamente a los católicos, Jesús pidió que su paz se lleve al mundo. Debajo de cada piel: morocho, blanco, negro, debajo de cada forma: flaco, gordo, alto, bajo, debajo de cada condición: pobre, rico; hay un ser humano, y este ser humano puede ser judío, católico, evangélico… ¡la paz de Jesús es para todos sin distinción!

Es una misión hermosa pero cuesta, a veces la realidad social y las costumbres nos impiden obrar así. Algo risueño y, sin ofender a nadie, ocurre cuando los argentinos vamos a Chile, nos miran todo el tiempo para ver de donde sacamos las cosas; también sucede cuando ellos vienen aquí. Existen muchos prejuicios, a lo largo del mundo, por razas y lenguas pero la paz verdadera supera todo porque el amor de Dios se derrama sobre “todos”, para que “todos “vivamos en paz.

Por eso este mes pidamos a Jesús que nos de la gracia de encontrar nuestra paz interior para aprender a ser felices sintiéndonos dignos merecedores de su amor.
Revista Compartiendo
Imagen de la portada.

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