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Revista Compartiendo (Marzo 2016).
Cada Pascua nos acerca al “verdadero amor”; el que dignifica, da sentido a la vida y la santifica

Si alguna vez ustedes dieron algo a alguien porque se sintieron obligados o simplemente para sacarse de encima un problema o por complacer tan sólo, sin tener una convicción interior, sin ofrecerlo con un amor profundo, el regalo no tiene valor.
El amor es lo que hace sentir la vida, la misericordia y el perdón que Dios dispone para nosotros.
El hombre no es capaz de darse cuenta totalmente de este mensaje de Jesús. Él, Jesús, se ocupó de enseñarnos por medio del Evangelio la caridad del amor… y nosotros estamos en guerra, vivimos en medio del rencor, siempre buscando a quien condenar.
Tiempo atrás oí hablar de una película cuyo argumento trataba sobre la conmemoración del descubrimiento del fuego, debido a que éste contribuyó a que no se apagara la existencia de los hombres. Su descubrimiento acrecentó las posibilidades de supervivencia; sobre todo en los lugares en donde morían de frío. Gracias a él el hombre pudo comer bien, dormir en ambientes cálidos, quitar la oscuridad y alumbrar los senderos. Consciente o inconscientemente el hombre siempre festeja este descubrimiento. Ahora bien ¿existe alguna fecha en que festejemos el descubrimiento del amor?...
Y sin embargo la civilización de hoy puede llegar a desaparecer de sobre la faz de la tierra si no avivamos en nuestro interior “el fuego del amor”.
Vivimos como queremos no como debemos. El egoísmo y la vanidad nos destruyen de a poco. Cristo en cada Pascua nos brinda la posibilidad de descubrir la importancia del “verdadero amor”; el que dignifica, da sentido a la vida y la santifica.
No vayamos muy lejos, en nuestras familias, en nuestras comunidades, en nuestro ambiente cotidiano, ¡cuánto cuesta vivir con amor!
Los otros esperan de nosotros respuestas favorables pero no siempre las brindamos. Cuesta tener paciencia, comprender y perdonar. A veces parece que los demás abusan de nuestra generosidad, y… aunque sea así, debemos pedir a Dios que nos ayude a dar lo mejor de nuestro corazón, sin rencor, para que otro se convierta y encuentre el camino de la felicidad. Si alguna vez nos hemos equivocado en esto pidamos la gracia de poder reconciliarnos con los que nos rodean y restaurar todas las relaciones rotas por mutua culpa.
Cada Pascua nos acerca al amor que dignifica y da sentido a nuestra existencia. No olvidemos que Jesús tomó la condición de los peores: los esclavos, desplazados, marginados, hambrientos, sedientos, para entender el significado del sufrimiento, el rechazo, la condena y para mostrarnos que el mundo comenzará su conversión cuando cada uno de nosotros logre la suya. Dios sólo necesita de nuestra fidelidad. Jesús sufrió mucho para demostrar la trascendencia del fuego transformador del amor...

En el Antiguo testamento la Pascua era prácticamente la fiesta de la cosecha, el momento para agradecer a Dios por los frutos obtenidos de la tierra. Con el tiempo el hombre confundió el sentido de las ofrendas y transformó su finalidad. Las costumbres tradicionales perturbaron su sentido religioso, al punto de que muchos pensaron que derramando la sangre de una animal podrían expiar sus faltas y alcanzar la purificación.
Cuando llegó Jesús se encontró con un ambiente contaminado. ¡Claro que es lindo ofrecer algo al Señor! pero siempre y cuando prevalezca en ese acto un real y profundo sentido del amor, ¡no para canjear ofrenda por perdón! Aún hoy, inconscientemente, queremos establecer ese canje: limosna por reconciliación. ¡No es así! Nuestra mentalidad debe forjarse sobre la fe, y manifestarse como una vivencia de amor. Todo arrepentimiento debe acompañarse por una manifestación del mismo en acciones, si no, no tiene valor. En aquellos momentos, la religión parecía un negocio. En cambio de ir en la búsqueda de Dios mediante la oración y el dolor por sus faltas, se compraban animales, se los ofrendaba en sacrificio y se continuaba pecando. Por eso Jesús advierte que esa mentalidad, que encuentra sus pilares en los tesoros materiales, será destruida; y pretende instalar entre los suyos una amor que arda, un celo que consuma, al punto de que todo se forje sobre la justa ubicación de valores. Si así no fuera la fe no podría desarrollarse. Por eso Jesús, aunque muchos cumplen con los preceptos y las leyes de Moisés, asegura que ese tiempo está llegando a su fin. El Templo será purificado y en tres días resplandecerá adornado por la gracia y la bondad de Dios.
Jesús siempre deseo que su casa fuese un lugar de encuentro con la paz y la oración. Pero muchos, acostumbrados a lo material, lo sentimental, lo terrenal, quedaron sorprendidos ante Sus palabras y no alcanzaron a comprender el mensaje de amor.
Después de veintiún siglos todavía nos cuesta valorar todo aquello que tiene relación con el amor y la fe. Y así como el fuego fue altamente valorado por la humanidad, porque con su aparición pudieron transformarse un sinnúmero de realidades; no sucedió lo mismo con el amor. Yo me preguntó ¿en realidad, los hombres, hemos descubierto el amor? Hablamos de él, vivimos pensando en él pero somos inconscientes, todavía no alcanzamos a comprender ni valorar el cambio que experimentó la civilización cuando el Verdadero Amor pasó por el mundo.
Para acercarnos a esa realidad tal vez debamos destruir costumbres que nos impiden vivir en comunión con Dios y aprender a cumplir con preceptos y mandamientos. No tengamos temor de esto, “el amor que une” nos guía. Jesús nos alienta constantemente diciéndonos: “El mundo reconocerá que sois mis discípulos por el amor os tengáis unos a otros”
Cuando hacemos algo por amor, aunque duela o implique sacrificios, la felicidad llena y desborda nuestro corazón.
Dios ha llegado a nosotros y morirá en la cruz sólo para mostrar su infinito amor por la humanidad.
En la nueva Alianza no habrá sacrificio de tórtolas ni entrega de tesoros sino redención y salvación.
El templo destruido se erguirá con la fuerza omnipotente del Amor.
A partir de la Pascua el hombre se unirá a Dios, y Dios al hombre, no por obligación, sino por una convivencia plena de reconciliación y caridad que se manifestará a lo largo de la vida.
¿Cómo nos acercaremos a Él y qué le ofreceremos?, ésta será nuestra constante ocupación.
Nuestro Señor sólo se limitará a solicitar que tengamos el corazón límpido, arrepentido y convertido para poder habitar en el templo de nuestro interior por los siglos de los siglos.
Con su resurrección brotarán manantiales de agua viva para saciar, asegurar y dar vida al pueblo de Dios...
Aquel templo de material se trastocará en un Templo Viviente para que cada uno de nosotros pueda encontrarse con Dios en la oración, estableciendo una comunicación íntima con Él como con un Padre del cual se espera una respuesta de bondad y comprensión para volver a encontrar vida en abundancia...
La salvación de los hombres depende de la oración. Cuando rezamos juntos Cristo resucitado está presente en medio de nosotros y ora con nosotros a Dios nuestro Padre.
Recuerden: hablar con la naturaleza es hacer poseía. Hablar con el hombre es forjar una amistad. Hablar con Dios es “oración”; es establecer contacto con quien sabemos que nos ama con todos nuestros defectos y virtudes.
La oración jamás debe sentirse como una manifestación de temor sino como una simple expresión de amor que une la tierra con el cielo, lo humano con lo divino. No existen secretos en sus palabras, en ella se encuentra la pureza de un corazón que se lanza en la búsqueda de Dios mientras Él nos llama constantemente y camina a nuestro lado, en el dolor y en la alegría.
Recuerden siempre aquellas palabras de Jesús: “Vengan a mí todos los que estén afligidos y agobiados porque yo lo aliviaré”. La oración nos conduce a apoyar nuestra cabeza, con confianza, en el hombro del Señor y a seguir viviendo guiados por la Gracia.
Que esta Semana Santa nos acerque a Jesús por medio de la reconciliación y nos ayude a encontrar en la Eucaristía el signo más fuerte de la presencia de Cristo Resucitado entre nosotros.
Dios los bendiga en abundancia.

Padre Ignacio Peries
Revista Compartiendo
Imagen de la portada.

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