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Revista Compartiendo (Diciembre 2014).
“¿Quién dice la gente que soy yo?”

Hace tiempo llegó a un lugar un sacerdote (al comienzo no se dio a conocer porque los habitantes de ese lugar no estaban preparados todavía para aceptarlo) pero la vida de la gente comenzó a cambiar: empezó a desaparecer la delincuencia, disminuyó el uso de drogas, se sentían más hermanos. La gente asombrada opinaba y se preguntaba al mismo tiempo: “¿Quién es este hombre? ¿De dónde vino? ¿Por qué está aquí? “
Muchos, por curiosidad, se le acercaban y le preguntaban por su familia. Él sólo se limitaba a contestar: “Vengo de un país lejano para compartir mi vida con ustedes”. Pero la gente le contestaba: “Aunque compartas nuestra realidad vos no sos como nosotros. Tenés buen trato, amor, cariño, compresión y compasión, tratás de ayudarnos a mejorar”
Ante esta inquietud el sacerdote les pregunta: “Está bien ¿ustedes, qué piensan que soy?”
Algunos le contestaron: “Parecés un hombre de Dios. Alguien enviado por Él. Tenés un corazón diferente. ¿Qué sos?”
Él continuó sin contestar por varios años hasta que consideró que era el momento oportuno para dar a conocer su condición de sacerdote. A partir de ese momento los sentimientos cambiaron y también las motivaciones.
Jesús vivió algo similar. Él no llegó a este mundo con poder ni majestad. Nació en un pesebre en medio de una pobreza plena, en un ambiente de rechazo. Justo ahí inició su misión pero nadie lo reconoció como Hijo de Dios. Comenzó a conocer la realidad de la gente, a ayudarlos y a predicar.
Llegado el tiempo empezó a obrar. ¡Resucitó a Lázaro! Imagínense. ¡El hijo del carpintero! Todos quedaron asombrados y se preguntaban: “¿Quién es este?” Veían a Jesús pasar, tocar los ojos de un ciego decir: “¡Effetá!” y esos ojos se abrían y veían. Los mudos hablaban, los sordos oían y los paralíticos caminaban. Para la gente era como un “bicho raro”, encima al predicar hablaba con autoridad.
Como su popularidad crecía y hasta los políticos sentían recelo y cuestionaban: “¿Quién es este hombre de Nazaret?”, Jesús le pregunta a los que estaban más cerca de él: “Todos opinan sobre mí pero ustedes ¿qué dicen?”.
Pedro le contesta: “Tú eres el hijo de Dios vivo”. Al decir: “Dios vivo” quiere significar “el que posee la vida verdadera” (porque Pedro vio cuando Jesús resucitaba a los muertos y daba vida a los enfermos), “el que trajo la vida de Dios a la tierra, el que posee la gracia de vivificar al mundo, eres quien trae la salvación, el dador de la paz”
Jesús volvió a preguntar: “¿Qué dice la gente de mí?” Algunos opinaban que era un profeta resucitado como Elías o Moisés. Otros hablaban sobre Jesús sin conocer nada de él. Al verlo acercarse, comer y compartir junto a pecadores lo tildaban de tal. Otros decían: “¡No! Un pecador no puede hacer milagros tiene que ser alguien que viene de Dios porque hasta los muertos resucitan cuando Él los toca”
Pedro lo reconoce, en primer lugar como un amigo cercano por eso cuando Jesús anunció su propia muerte él se atreve a decirle: “Señor, no hables así”. “Nosotros te necesitamos como amigo, como compañero, como aquel que camina a nuestro lado”. Pero también reconoce: “Tú eres el Hijo de Dios. El Hijo de Dios hecho hombre”
Jesús les pide que mantengan en secreto su identidad hasta que el Hijo del Hombre resucite. El mundo, entonces, lo reconocerá por las obras de Dios, no por referencia de José y María ni por haber pasado por Nazaret, ni por los documentos; sólo por las obras de Dios.
Por eso es muy importante que nosotros, en vísperas de Navidad, nos preguntemos: “¿Quién es Jesús para nosotros?”
¿Por qué lo buscamos a lo largo de estos 21 siglos? ¿Podemos llegar a decir que es el amigo fiel, el que nos ama, el que está dispuesto a responder frente a todas nuestras necesidades materiales, sentimentales, espirituales?
Los discípulos lo reconocieron como el “Hombre que da Vida”, “el hombre que supera la muerte”, “el hombre que nos acompaña a vivir”. El que tiene la última palabra sobre nosotros.
Qué hermoso si uno acepta a Jesús de esta manera. Él tiene la gracia de volvernos a llenar de vida cuando los problemas nos abruman; Él tiene el poder de sanar las heridas del alma, Él nos alivia y nos impulsa, nos cuida y protege, nos guía y nos alimenta. Por lo tanto podemos decir que escucha hasta lo que ni siquiera nosotros mismos podemos expresar y ve más allá nuestras necesidades.
Así fue Jesús siempre para el pueblo de Dios. Él vio más allá de lo que necesitaban todos los seres humanos; sintió y entendió el dolor, el sufrimiento, la angustia, los conflictos interiores y los exteriores, ¡todo! Escuchó profundamente nuestras súplicas, vio en profundidad nuestra realidad; por eso aceptamos a Jesús como aquel que está siempre dispuesto a acompañar el camino de la vida.
Jesús es quien nos espera, en lo bueno y lo malo, con paciencia y comprensión, hasta que nosotros podamos caminar (no como ciegos) como hijos de la luz, (no como sordomudos) como hijos que anuncian y comparten la Buena Noticia de Dios, de ese Jesús que nos espera con infinito amor y misericordia.
La respuesta depende de cada uno de nosotros según el por qué y el para qué lo buscamos.
Sería muy lindo que podamos arribar a una definición clara sobre quién es Jesús para nuestra vida. Y así, tomados de su mano, encontrar vida en abundancia en la gracia de Dios.
Que esta Navidad nos encuentre unidos a Jesús y sean Él y su amor los invitados más preciados de nuestras mesas.
Tal vez se pregunten ¿quién es Jesús para mí? Es todo en todo. Es el amor elevado a la máxima potencia. Es la manifestación de la vida en todas sus formas. Es mi fortaleza.

¡Feliz Navidad! ¡Feliz Año Nuevo! Que Dios los bendiga.

¡Gracias por acompañarme siempre!

Padre Ignacio Peries

Revista Compartiendo
Imagen de la portada.

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