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Revista Compartiendo (Diciembre 2013).
El misterio de nuestra existencia

Nuestra vida terrenal tiene su origen en Dios. Venimos de Él y volvemos a Él. Este es el misterio de nuestra existencia.

La vida es el mejor regalo que nos ha hecho Dios para que la aprovechemos, la disfrutemos y, sobre todo, la cuidemos.

De esta forma, superando nuestros egoísmos comprendemos que la vida no es nuestra, Dios nos da el tiempo para disfrutarla pero no podemos hacer cualquier cosa con ella, debemos compartirla y convivir pero sabemos que es un don precioso de Dios.

Este regalo infunde en nosotros una vocación, un responsabilidad, por lo tanto no podemos hacer lo queremos porque tenemos que respetarla como templo de Dios y, algún día, tendremos que responder ante Él sobre todo lo que hemos hecho a lo largo de nuestros días bajo el sol.

Como venimos de Dios, y volvemos a Dios, nuestra vida terrenal es, en realidad, una vida celestial. Somos seres humanos que caminamos hacia Dios para que un día encontremos la felicidad eterna en su gracia y su compañía.

Hace dos mil años existieron los saduceos, eran un grupo de personas que solo creían en la ley de Moisés. En los cinco primeros libros del Antiguo Testamento así está expresado. Nada se decía en estos libros sobre la resurrección por lo tanto ellos creían que la vida terminaba en este mundo, que no había nada para el futuro. En base a este concepto habían forjado sus reglas. Una de ellas, basada en la condición humana, y que Jesús no aceptaba, era la ley de “levirato” (cuñado). Ésta decía que si alguien moría sin tener hijos el cuñado tenía que casarse con la viuda.

¿Saben por qué surgió esta ley? Porque querían preservar dentro de la misma familia todos los derechos económicos y sociales sobre sus terrenos, propiedades, es decir sobre todos sus bienes materiales. No querían que nada se dividiera.

Esto, aunque parezca mentira, sucede hasta el día de hoy. Hace poco, cuando estuve en África, caminando por la calle con un sacerdote nos encontrábamos con muchas familias y cada tanto, nos parábamos y me decía: “Paremos un momento que tengo que saludar a mi hermano”.

Todo estaba bien, saludábamos y continuábamos pero resulta que esto sucedía muy seguido. Más o menos 25 veces paramos a saludar a los hermanos. Entonces, en un momento, pensando en un matrimonio como el que nosotros conocemos, me preocupó el número de hijos y le pregunté: “¿Tenés 25 hermanos?” “Sí”-me contestó-. (Recuerden que estábamos en Uganda) “Esta comunidad mantiene el concepto de polígama. Tengo mi papá y mi mamá grande, mi mamá chica, mi mamá del medio y mi mamá. La familia no puede mantenerse sin recursos, tenemos un terreno y hay que trabajar. En una familia con 25 hijos todo el ingreso es para mantenerse sin gastar en mano de obra. Todo queda dentro de la gran familia”.

(Todas las mamás entraban en la misma olla) Todavía ocurre.

Algo similar pasaba en tiempos de Jesús. Los saduceos tenían una ley (de propiedad) para que no se pierdan los bienes de la familia así los cuñados eran obligados a casarse con la viuda del hermano.

Una vez le preguntaron a Jesús: “¿Qué hacemos con esta ley? ya que nosotros vivimos esta vida terrenal sin esperar nada del futuro”...

Pero Jesús aclara, con gran sabiduría, que todas esas leyes son reglas de los hombres, la única verdad es que venimos de Dios y volveremos a Él.

Hoy día también hay mucha confusión y muchos no creen en la resurrección, en la vida futura.

Ellos decían que en los primeros cinco libros del Antiguo Testamento no se hablaba nada sobre la vida celestial pero si ustedes leen, cuando Adán y Eva pecaron, Dios les dijo: “Ustedes eligieron la vida terrenal, ahora vuelvan a buscar lo celestial con su propio sudor y lágrimas” De esta forma les ofreció su misericordia.

Dios quiere que todo lo creado se transforme, crea y se encamine hacia la vida eterna.

La vida terrena termina, es verdad, pero comienza la celestial. Con esta conciencia el hombre debe vivir dignamente. No podemos acumular cosas terrenales o sentimentales según nuestros gustos. (Esto pasa permanentemente, cada uno hace sus propias leyes y reglas y se aleja de Dios)

La misma naturaleza nos muestra que hay un final para todo pero... ¿qué hay después de este final? La resurrección.

La prueba de esto es la resurrección de Jesús. Hoy algunos dicen, inducidos por el modernismo: “más que en la resurrección yo creo en la reencarnación”. Pero muchos no saben que significa esto. Y aun sabiéndolo, aquellos que creen en la reencarnación, nunca niegan que algún día llegue la resurrección.

Yo nací en uno de los países que viven el Budismo más puro: Sry Lanka; ellos hablan de reencarnación y dicen que el hombre, algún día, tiene que alcanzar el Nirvana (Nirvana es Cielo).

El último Buda vivió 550 vidas antes de alcanzar el Nirvana (paz eterna). Con esto quiero explicarles que aún si se trate de Hinduismo o Budismo todos confluyen en la “paz eterna” (vivir con Dios, vivir en el cielo).

Buda dice que cada uno debe pagar su Karma para llegar al Nirvana. (Karma es pecado). Según el Karma se tiene que reencarnar. Por ejemplo: si vos mataste un perro ayer, algún día tienes que nacer como un perro (o una perra, no sé cómo pasa) Si mataste un gato, una hormiga, una mosca, un ser humano, un caballo, tienes que pagar tu culpa, renaciendo como ellos, una y otra vez, y hasta que no pagas todas tus culpas no puedes llegar al Nirvana.

¿Que dice Jesús a diferencia de aquello?: “Aunque tengas que purificarte de todos tus errores nunca pierdes tu propia dignidad”.

Nosotros fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, esa semejanza con Dios, que habita en el corazón de cada ser humano, nunca se pierde. Es el don más grande recibido desde lo alto. Por eso es que digo que la vida es un regalo de Dios. La dignidad que Dios puso en nosotros jamás la perdemos aunque seamos pecadores.

Jesús lo dejó bien claro cuando le decía a los que habían pecado y, arrepentidos, buscaban su perdón: “Tu fe te ha salvado vete en paz” “Tus pecados te son perdonados, vete y no peques más”.

Recordemos al buen ladrón; él le dijo a Jesús: “Señor, acuérdate de mí cuando estés en el paraíso”.

¿Qué le contestó Jesús? No le dijo: después de quinientas o mil vidas vas a estar conmigo, simplemente le aseguró: “Hoy mismo vas a estar conmigo en el paraíso”.

Otro ejemplo de la verdad de la resurrección es Lázaro, cuando Jesús lo resucita no lo hace como un gato o un perro sino con el mismo cuerpo. El máximo ejemplo es la resurrección de Jesús solo en tres días resucitó y lo hizo como ser humano.

En la naturaleza siempre encontramos muestras claras para entender mejor. Una vez un chiquito vio un bichito que habita en el agua sobre un barquito de papel; estaba seco, mal. Con tristeza se quedó observándolo sin poder hacer nada y sucedió que después de un tiempo el bichito rompió su caparazón seco y volvió a la vida y al agua.

El ejemplo más hermoso que da Jesús es la semilla que cae en la tierra: muere y luego multiplica la vida. De una semilla de trigo no nacen manzanas o peras, nace nuevamente trigo, su misma especie pero con vida nueva.

Sea como sea Dios te perdona desde el principio para que vos nunca pierdas la dignidad que has recibido como un don de Dios.

Nosotros creemos en el perdón y la misericordia para encontrar la vida eterna. En su misericordia infinita todos encontramos nuestra paz interior y, creyendo en esa paz interior, nos invita a vivir con dignidad para encontrar la paz eterna, la vida verdadera.

Aunque las condiciones humanas, sociales, materiales, nos hagan confundir, todas las religiones hablan sobre la paz eterna y, esta paz eterna, es la vida en Dios.

Por lo tanto más allá de nuestras confusiones terrenales o de las reglas que humanamente ponemos para acomodar nuestras cosas materiales tenemos que ser conscientes de las reglas de Dios.

Creyendo en la resurrección, en la vida más allá de este mundo, tratemos de disfrutar nuestra realidad elevando nuestros sentimientos para poder alcanzar una vida celestial.

Comencé contándoles sobre aquella confusión que tenían los saduceos, quienes tenían todo reglado como para comer, comprar, festejar, pensando: “total acá termina todo”, para que podamos entender que Jesús nos enseña que no es así; acá no termina todo. Vivir es una vocación que implica responsabilidad para encontrar la abundancia de nuestro existir en la gracia de Dios.

Nosotros creemos en la resurrección. Somos pasajeros de este mundo. No nos amarguemos, construyamos paz y felicidad de la mejor forma para que nuestra vida sea una memoria eterna.

Mis papás no están más pero viven para siempre porque el amor, el afecto, el testimonio de vida que dejaron es eterno, no hay forma de borrarlo. Jesús nos pide eso también: que aprendamos a dejar nuestras huellas en la arena de la vida para que todos reconozcan que fuiste un gran ser humano, un ejemplo, un modelo a seguir en la vida terrenal.

Pidamos al Señor la gracia de entender el misterio de la vida, conviviendo con paz y caminando hacia la eternidad.

Dios los bendiga en abundancia en esta Navidad.
Padre Ignacio Peries
Revista Compartiendo
Imagen de la portada.

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